Ratas como conejos. Arañas. Ciempiés. Cucarachas. Montañas de excrementos. Ríos de orina. Más y más porquería. Carritos de bebé. Escobas. Y una humedad del 90% con 24 grados de temperatura constante. Todo esto es lo que abunda a varios metros bajo el suelo, en esa otra enorme ciudad que discurre por los 3.123 kilómetros de galerías subterráneas con las que cuenta Madrid. Pero más allá de estas «incomodidades», los 24 agentes de la Unidad de Reconocimiento del Subsuelo de la Guardia Civil se enfrentan a dos tipos de peligros principales: los gases que liberan los organismos que allí coexisten (principalmente, el metano) y los explosivos que pueden ser escondidos en este enjambre de pasillos y que es el objetivo número uno de su labor.
Ocho de la mañana y los hombres del teniente Navarro se ejercitan deportivamente en el acuartelamiento. Las condiciones para pertenecer a la unidad son exigentes, no es para menos. Hay galerías enormes, en el Madrid más antiguo, por las que caben carruajes, concebidas como una especie de pasadizos secretos para reyes. Pero también angostísimas, en la zona de la Castellana, donde hay que pasar de lado, pues apenas cabe una persona.
Las medidas de seguridad no son las de antes. Cuando los primeros guardias civiles comenzaron a patrullar las cloacas, en 1978, no tenían medios materiales ni formación específica. Apenas un mono normal de trabajo y mascarillas corrientes. Pero la escalada de atentados etarras en el País Vasco, con el célebre prólogo del asesinato en Madrid del presidente del Gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco, en diciembre de 1973, hacían necesaria una especialización en este ámbito. Hasta 1996 no se creó la unidad como tal, y en 2003 pasó a formar parte de la Agrupación de Reserva y Seguridad, dependiente de la Dirección Adjunta Operativa.
Este recorrido en el tiempo y la práctica han supuesto una mejora muy considerable de esas medidas de seguridad: un mono anticorte e impermeable diseñado por la propia unidad; unas enormes máscaras antigás por las que no entra ni una brizna de aire contaminado; guantes; casco; botas especiales; botellas de gas con autonomía suficiente; linternas de 900 lúmenes...
Las galerías más «cómodas» son las de servicio, pero bajamos a una de saneamiento visitable, más estrechas, insalubres y peligrosas. Lo primero que llama la atención es el espacio mínimo de los pasillos, nada que ver con los míticos de «El tercer hombre», en Viena: la altura es de 1,60 metros. La sensación de claustrofobia es enorme, pero, curiosamente, la repugnancia y el mal olor parecen ausentes. Lo segundo, gracias a los filtros de las máscaras; lo primero... Es inexplicable.
Caminamos por un reguero de inmundicia, pespunteado de papel higiénico y compresas. Existe peligro de contraer los virus de la hepatitis, la poliomielitis e incluso el VIH, por lo que estos agentes están vacunados de los primeros. Un profano podría entrar allí y no salir jamás, aunque cada esquinazo esté rotulado con el nombre de la calle a la que corresponde en superficie. «Pero no hay que fiarse, muchas son muy antiguas», explican.
Visitas del Papa y Obama
Recorremos dos kilómetros en este laberinto, donde la presencia de ratas vivas es positiva: significa que hay oxígeno. Vamos casi arrastrándonos, con el miedo a que se libere metano a nuestro paso y saltemos por los aires. Lo hacemos acechados por los desagües de las viviendas, que de cuando en cuando escupen deshechos cada vez que un vecino visita el baño.
Pero todo esto es secundario. En las labores de apoyo a dispositivos de seguridad, la Unidad de Subsuelo de la Guardia Civil busca sobre todo artefactos explosivos. Si los hallan, avisan a los artificieros del Tedax. Las últimas actuaciones más importantes de la Unidad han consistido en peinar los lugares por los que pasó el Papa en Madrid y Santiago; las vacaciones de Michelle Obama y una de sus hijas a la Costa del Sol, Cumbres de Jefes de Estado...
Pasamos por unos rápidos de agua sucia, que corren a tres metros por segundo a medio palmo de nuestros pies. Hay que tener mucho cuidado con no caer, puesto que tendría el efecto de una riada. Pasan las dos de la tarde y la misión está cumplida. Mañana será otra búsqueda en la siniestra ciudad que se esconde bajo la piel de la otra ciudad.